jueves, 13 de septiembre de 2012

Monseñor Emiliano en homilia pidio transitar y profundizar el camino de nuestra fe y recordó que el Santo Padre nominó de octubre del presente año a noviembre del próximo «El año de la fe»

Monseñor Emiliano Cisneros Martínez en la Homilía de la Solemne Eucaristía en la Basílica San Juan Bautista de Chachapoyas, el 15 de agosto con motivo del día central de la celebración de las Fiestas Patronales de Virgen Asunta 2012, envió un importante mensaje para reflexionar, que nosotros queremos destacar para que toda nuestra comunidad católica también lo haga, porque se refiere a la práctica y profundización de NUESTRA FE EN CRISTO.
Monseñor Emiliano en un pasaje de su homilía señaló «El camino de la fe, que condujo a la Virgen María al triunfo, es el camino que hemos de recorrer cada día para llegar a la misma meta».
De otro lado señaló que el Santo Padre nominó como Año de la Fe de octubre del 2012 a noviembre del 2013 y el nombramiento de un comité para la construcción del retablo de nuestra catedral, por estas y otras razones queremos compartir esta importante homilía con todos nuestros lectores, paisanos y amigos por lo que a continuación reproducimos con el permiso de Monseñor Emiliano Cisneros Martínez.
Queridos hermanos:
Estamos celebrando al Señor en la fiesta del triunfo y la gloriosa Asunción de la Santísima Virgen María en cuerpo y alma a los cielos.
Queremos dar gracias a Dios por lo que ha hecho en María Santísima, Madre de Jesús y madre nuestra, y lo que sigue haciendo con ella en favor nuestro y de la humanidad entera.
En esta celebración y en las que tienen lugar hoy en tantos otros lugares de la tierra, es una vez más el cumplimiento de las palabras proféticas pronunciadas por la Virgen en la visita a su prima Isabel: «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada porque el Todopoderoso ha hecho obras grandes en mí».
Nuestra fiesta de la Virgen Asunta tiene que llevarnos también a profundizar en nuestra relación con aquel que es la verdad, Jesucristo, a quien Dios nos dio por medio de María. Y tiene que ser también ocasión propicia para descubrir, si todavía no lo hemos hecho, el profundo significado que tiene el misterio de la asunción y glorificación de la Virgen María para cada uno de nosotros.
Quiero recordar un año más las palabras con que el Papa Pío XII proclamó en 1950 el dogma de la Asunción de la Virgen para que queden grabadas en la mente y el corazón de todos.
«Para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su hijo, rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acreditar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia… pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».
La Virgen María, especialmente elegida y llenada de la gracia de Dios desde su concepción inmaculada y a lo largo de su vida entera, alcanza la plenitud de la gracia en el reino celestial, donde reina con su Hijo Jesucristo, el Señor de todos.
Esta verdad de la Asunción de la Virgen no es sólo una formulación dogmática, algo para ser creído; tiene repercusiones importantes también para nosotros.
No puedo pasar por alto que hoy se cumplen los 60 años de la coronación canónica de la imagen de la Mama Asunta nuestra patrona, que tuvo lugar dos años después de la proclamación del dogma de la Asunción de María, gracias a la gestión del Siervo de Dios Monseñor Octavio Ortiz Arrieta y la generosa concesión del Papa Pío XII.
Retomando lo dicho de que el dogma de la Asunción de María tiene repercusiones importantes para nosotros, quisiera detenerme por un momento para centrar la reflexión en en este punto y preguntarles, y preguntarme: ¿Somos conscientes de que estamos llamados a compartir la gloria de Cristo resucitado al igual que la Virgen María y que los santos? ¿Vivimos la vida de cada día con la certeza y el convencimiento de que tenemos un destino eterno que va más allá de la muerte? ¿Hemos descubierto el sentido profundo de la vida presente, con su destino de eternidad, o caminamos sencillamente como si la
vida no tuviera sentido alguno y todo se acabara con la muerte?
La glorificación de la Virgen María en su asunción a los cielos no es un hecho aislado que pertenece a la vida de la Virgen, o algo que no tiene nada que ver con nuestras expectativas personales, o con el destino de la Humanidad.
La gloria que ha alcanzado ya la Virgen María es la culminación de las gracias y prerrogativas con que Dios la adornó desde que la eligió para Madre del Redentor. La gloria de Cristo resucitado, que ya goza la Santísima Virgen María, es la misma a la que estamos llamados nosotros.
La suerte y la gloria de nuestra cabeza, Cristo, es la gloria concedida ya a la Virgen María y es la que está reservada para todos nosotros, si permanecemos fieles al Señor. Estamos llamados a compartir con Cristo, al igual que la Virgen María, el triunfo de su resurrección. Donde está Cristo nuestra cabeza, allí esperamos llegar nosotros.
Ésa es la culminación feliz del camino del creyente, del camino de la fe: el encuentro pleno y definitivo con el Señor. Este encuentro y vida compartida con Dios se inicia ya en este mundo el Bautismo; se vive a lo largo de la vida a través de los sacramentos y las buenas obras; y se concluye al traspasar el umbral de la muerte con la visión de Dios cara a cara para gozar de ella por toda la eternidad.
El camino de la fe, que condujo a la Virgen María al triunfo, es el camino que hemos de recorrer cada día para llegar a la misma meta.
Es oportuno recordar todo esto cuando estamos para iniciar el año de la fe, convocado por el Santo Padre. Año de la fe ha querido denominar el papa Benedicto XVI a los meses que corren desde octubre de este año hasta noviembre del próximo.
Año de la fe, cuya finalidad es redescubrir el camino de la fe, para recorrerlo y experimentar la alegría y el entusiasmo que trae al corazón humano el encontrar a Cristo vivo y sentirlo presente en la propia vida. Redescubrir el camino de la fe: un camino que para muchos que se llaman cristianos es algo desconocido o que carece de relevancia, cuando en realidad está llamado a llenar de sentido la vida entera de todas las personas.
Sé que aquí hay personas que mantienen una muy viva relación con Dios: que el año de la fe les sirva para avanzar más en esa intimidad con el Señor de sus vidas. Hay personas cuya condición cristiana es poco más que un calificativo sin mayor trascendencia. Nos llamamos y consideramos cristianos, pero la fe no tiene repercusiones en la vida, no la cambia ni la mejora. Hay otros –y en este grupo creo que se encuentran bastantes profesionales- que ya no saben si creen o no creen, o si va bien con su condición profesional el creer en Dios. En muchos casos, aunque la llama de la fe no se haya extinguido del todo, se vive como si Dios no existiera, o como si no tuviera nada que decirnos, o no tuviera nada que ver con nuestra vida, ocupaciones y preocupaciones.
Cuando se vive con esta fe lánguida, o superficial, fe que en todo caso no llega o llega muy poco a la vida, no es de extrañar que en el seno de una comunidad que se llama cristiana florezcan tantos comportamientos que contradicen las exigencias de la fe en Jesucristo: injusticias, corrupción generalizada, tráfico de drogas y de influencias, robos, asesinatos, abortos, embriaguez, infidelida, irresponsabilidad en la vida familiar…
Año de la fe, año para acercarse a Dios de la mano de María, año para recibir el perdón que Dios nos ofrece, año para iniciar el camino nuevo que Cristo pone delante de nuestros pies.
La devoción a la Virgen, cuando es auténtica, tiene que llevarnos a Jesucristo, el Salvador. De la mano de la Virgen llegamos a Cristo y Él es el camino para llegar a Dios. En Dios encontramos la alegría y la paz que Él pone en el corazón de cuantos le buscan.

Antes de concluir quiero manifestar a todos que tenemos el propósito de recuperar el retablo de nuestra Iglesia Catedral. Retablo que sea una ayuda a la pedagogía de la fe que aquí celebramos, haga más digna de Dios nuestro primer templo diocesano y recupere en cierto modo el que un día hubo en ella. Se ha nombrado una comisión y ya ha iniciado sus actividades. Pido la generosa colaboración de todos para que dentro de doce meses lo tengamos ya colocado.Que esta celebración de la Mama Asunta en estas vísperas del «Año de la fe» nos ponga en camino para encontrarnos con Jesucristo, el Hijo de Santa María y Señor nuestro. Él está vivo, sale al encuentro de los hombres de hoy y nos ofrece a todo perdón, salvación y una vida nueva y plena. Amén.