viernes, 3 de agosto de 2012

«El soldadito de cera»

Por: Jorge W. Grandez López

En la imaginativa mente de Miguelito, un pequeño espacio del patio de su casa se transformó en el gran campo de batalla en donde dos ejércitos se enfrentaban alternando victorias y derrotas: eran los rojos y los azules soldaditos de plomo, ‘guerritas’ que se hicieron más reales con la participación de los amigos del barrio armados con palos y carrizos como supuestas armas de fuego, durante la etapa escolar. En la oportunidad en que su padre le llevó a Lima, Miguel quedó admirado al espectar el desfile militar de Fiestas Patrias en el Campo de Marte, ante el brillo de las piezas metálicas de los uniformes y el fulgurar de las espadas.
Fue en los últimos años de la secundaria donde Miguel definió su vocación castrense, manifestada en su porte militar en las clases de IPM (Instrucción Pre Militar), como el número uno en el exigente tiro al blanco con el fusil Máuser oficial peruano 1909 de patente alemana, coronando su educación básica como abanderado de la escolta del Glorioso San Juan de la Libertad. Definida su vocación y sin la ayuda del padre que se había separado del hogar, su madre, la abnegada Lorenza, tuvo que sacar adelante al único hijo con la venta de los riquísimos quesos, infaltables en la mesa de las familias pudientes y las legumbres cultivadas en su extensa chacra, herencia del abuelo materno.
Llegado el momento de la angustiante separación en búsqueda de la meta ansiada desde los juegos de la niñez, el robusto joven enrumbó a Lima, ciudad en la que no tenía ningún familiar cercano, tan solo un lejano tío paterno al que pidió ayuda concedida de mala gana, bajo estrictas condiciones de comportamiento con horarios rígidos de salida y entrada, ocupando como habitación el desordenado desván lleno de cosas inservibles.
A la hora de las exigentes pruebas de admisión a la Escuela Militar de Chorrillos, las venció todas. La duda surgió en la última, la definitiva, para la que necesitaba la ‘consabida vara’, de un ‘padrino de peso’; Miguel no la tenía. Su preocupación era normal, porque se comentaba (y se comentará siempre), los injustos acomodos de último momento… Sólo había que esperar y tener fe. Mientras tanto, la preocupada Lorenza, allá lejos, intensificaba sus visitas a María Asunta, Reina de los Cielos que ya tenía en camino su gloriosa coronación después de un largo proceso de análisis de sus milagros para ser admitida como Patrona de Chachapoyas.
Las reiteradas súplicas dieron una clarísima señal: un suave viento penetró en la capilla batiendo la llama de la vela que hizo derramar una figura de forma humana… era un militar – el soldadito de cera – que cayó sobre la alfombra de la madre orante. A los tres días llegó el telegrama avisando que Miguel había ingresado al ejército en primer puesto. Concluyó su formación militar con la espada de honor de su promoción. Prestó servicios a la patria en varios lugares del país y obtuvo becas en el extranjero, culminando su carrera con el grado de General de División con el pecho lleno de medallas. La orgullosa madre, guardó el soldadito de cera en el interior de una bombilla de cristal, y se convirtió en mayordoma perpetua de Mama Asunta. El suceso ocurrió en el año 1950. Dos años después, el 15 de agosto de 1952, la Madre de Dios y de los Chachapoyanos, hace 60 años, recibió la Corona Patronal.