sábado, 19 de octubre de 2013

«Inigualable el Palito Jiménez»

Allá en nuestro hermoso y señorial Chachapoyas, en un día del mes de octubre no sé de qué año, vino a este mundo mi gran amigo y Pachaquito Lorenzo Jiménez Puerta, para engrosar y alegrar la familia de don Máximo Jiménez Cava y doña Natividad Puerta Valdez, que con su jardín de sus hijas Beatriz, Tula, Rosa, Amelia y Emilia, era necesario no el clavel, que daría más adorno, sino la espina, que hinca, sin hacer daño a nadie. Lorenzo siempre fue desde niño, cuando estuvo en la Escuela, de contextura delgada, por lo que le pusieron el apelativo de Palito, que desde luego nunca sería de eucalipto, ishpingo o nogal, sino de álamo o de tayo, que sabe resistir las inclemencias, que puede doblarse, pero, jamás romperse o quebrarse. Todo el tiempo trabajó en la Caja de Depósitos y Consignaciones, que se transformó en el Banco de la Nación y cuidaba el tesoro del mismo, como si realmente fuera de él, tanto así, que cada vez que teníamos que cobrar nuestros haberes, honradamente ganados, recibíamos una reprimenda a voz en cuello y de gran volumen e intensidad, lo cual es una de sus características, como si verdaderamente tendría voz de hombre… fornido y voluminoso. Cuantas anécdotas tendría que contar de mi gran amigo y hermano, el Pachaquito Lorenzo Jiménez Puerta. Cuantas alegrías y momentos de intensa comunión espiritual, que nos ha regalado el tiempo desde que nos conocimos. Cuanta sinceridad en todos los actos de su comportamiento. Siempre un caballero y un amigo enormemente fiel, sin intereses mezquinos ni falsas apariencias, como pocos los que quedan en nuestra Fidelísima ciudad de nuestros amores. Hasta deportista en el equipo de básquet de la franja roja, con el que teníamos miedo de chocar por no hacerle daño. Con él y otros amigos más, que no necesariamente eran del Club Higos Urco, tendimos un puente con el Club Sachapuyos. Nuestra intención era formar lazos invisibles de amistad inquebrantable y lo logramos formando LA HERMANDAD LOS PACHACOS, con principios de solidaridad, servicio y fraternidad, antes de que levante columnas la Logia Luz de Amazonas. Muchos de Los Pachacos ya se fueron para no volver, otros ya no vivimos en Chachapoyas y algunos se encuentran delicados de salud. Todos ellos están vivos en mi memoria, por los momentos felices que me regalaron y más por los tristes, donde se fraguan los verdaderos hombres, en el crisol de la amistad, y el único pachaco que recuerda tocarse la frente, cuando nos saludamos, es el Palito Jiménez, porque para nuestra Hermandad, el signo de “tocarse la frente” significa: “siempre pienso y estas en mis recuerdos, aun cuando ya no estamos juntos”. Los Pachacos tuvimos una gran actuación en el 64 hasta el 70, en que las cosas, como los víveres de primera necesidad, escaseaban en nuestra ciudad. Nuestro ecónomo era el Pachaquito Germán Mori Trigoso, el Chalaco y con él ayudamos a mucha gente y nuestra misión silenciosa era dar alegría, restaurar su salud y felicidad a nuestros amigos. Nos faltó poco, para adquirir la Botica de don Pedro Villacorta, con la cual hubiésemos redondeado nuestra labor, hacia la comunidad. Los Pachacos creamos la Festividad del Señor de los Milagros de Daguas, fiesta que hasta la fecha perdura y en cuyo venerado cuadro, obsequio de nuestra Hermandad, existe la firma de todos nosotros. Ahora nuestras calles de Chachapoyas, son recorridas de Belén a Santo Domingo, de la Sapra al cerro Colorado, de la plaza de armas a Pedro Castro Alva, por un hombre bien vestido, con paso firme, con la frente alta, mostrando sus patillas pobladas hasta media cara, con un folder de papeles y siempre con una sonrisa en sus labios. Es nuestro Palito Jiménez, el Abogado del Pueblo, para unos, y el tinterillo de marras, para otros. Es el amigo con el que me encuentro por el jirón de La Unión, camino al Cementerio, que al verme inmediatamente y automáticamente se pone la mano en la frente y con una voz y emoción que de ninguna manera es fingida, me dice Hola Pachaquito, ¿Cuándo has llegau” y yo espero que me diga ¿Cuándo te vas”, pero no lo hace. Nos sentamos en una tienda de Rosita, al costado de la cancha de Belén, donde jugábamos los verdaderos partidos de futbol que en la opinión de Hernán Saavedra, el Veloz, eran una muestra de futbol con pasión y pundonor, cerca a la iglesia de San Lázaro, ahora el Señor de la Buena Muerte, y a mi pregunta de “¿Cómo estás Palito? Inmediatamente, sin pensarlo dos veces y cruzando con fuerza sus brazos en su pecho y con su voz característica me responde “Machaaazo” y ante la risa irónica por su respuesta me dice “Jamás cuento que es lo que me duele o que me atormenta, porque el que me escucha se aleja de mi lado y al primero que lo encuentra, le dice: Lauuuu, lo he visto al Palito, que ya se va a morir, está flaco, enclenque y enfermo, y si el que escucha es mi enemigo, seguro que dice,… Bien hecho al fin se va a morir ese desgraciao…, por eso es que siempre contesto que estoy Machaaazo, porque no quiero dar pena, como muchos que encuentro en la calle, que andan arrastrando los pies y doblados con la cabeza mirando al suelo, como si estuvieran juntando capillo”. Ese es mi Palito Jiménez, un hombre que te contagia su entusiasmo y las ganas de vivir. Un verdadero cultor de la vida positiva. El personaje decente y honorable que no contagia su tristeza, que no comparte de ninguna manera su dolor y que ríe, aunque por dentro tenga ganas de llorar. Un amigo a carta cabal. Un hombre que me encarga gestionar ante las autoridades para que asignen un patrullero para nuestra ciudad, porque se preocupa por la seguridad ciudadana, porque siempre lleva en su corazón su don de servir. Mi Palito Jiménez, émulo de mi compadre y hermano Chinche Ariel Herrera, que mora en el Oriente Eterno y descansa en el Campo Santo, en un nicho que no le corresponde. Palito Jiménez, el último de los Frenatraca en Amazonas, el “frenita” que nunca se rinde, que jamás será tránsfuga, que sigue siendo fiel a sus ideales, que como el mejor de los abogados, sin título, defiende a los que buscan no ser engañados ni explotados, a los campesinos con poncho y llanques, que saben del barro, del frio y del hambre, a esas madres despojadas de sus tierras, que lloran un hijo muerto y miran al cielo pidiendo clemencia por sus pesares, el que busca que haya seguridad en la ciudad, para que los que nos visitan, no sean víctimas de los ladrones con saco y corbata, que no se dan cuenta del daño que nos ocasionan, o de los pericotes y ladronzuelos, que al fin y al cabo no saben lo que hacen. Pocas veces escribo de los vivos, pero ahora es un caso especial, porque es el reconocimiento de gratitud al amigo, a mi hermano Pachaco, que me ha dado una enseñanza para ser Feliz, para vivir lleno de optimismo, para entender que la felicidad es un sentimiento que llevamos dentro, que las apariencias positivas son admiradas y las negativas son compadecidas y que a lo largo del tiempo que nos concede D+os, debemos tratar, en lo posible, ser felices, porque aunque tengamos la amenaza de la muerte sobre nuestros hombros, que de todas maneras llegará algún día, somos felices, porque nosotros amamos y no, porque nos regalan amor, nos admiran o compadecen. “LARGA VIDA PALITO JIMÉNEZ, MI FIEL PACHAQUITO”