domingo, 8 de septiembre de 2013

«En fiesta de Mama Asunta celebramos triunfo de la mujer humilde en el año de la fe» dijo Monseñor Emiliano en homilía de la Solemne Eucaristía en la Basílica Catedral San Juan Bautista de Chachapoyas

El obispo de la diócesis de Chachapoyas, Monseñor Emiliano Cisneros Martínez, celebró el 15 de agosto la solemne eucaristía en la Basílica Catedral San Juan Bautista de Chachapoyas, en el día central de las Fiestas Patronales Virgen Asunta, reproducimos a continuación la homilía en el que señala el triunfo de la mujer humilde en el año de la fe, hermanos, valoremos el gran don de Dios que es la fe recibida en el Bautismo y dejemos a nuestros hijos esta primera y más importante herencia, dijo Monseñor Emiliano. «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre». Con las palabras de Isabel, la madre del Bautista, saludamos hoy a la Virgen María, nuestra Madre y Patrona, y al hacerlo, seguimos experimentando la verdad de las palabras proféticas de María, dijo Monseñor Emiliano al iniciar su homilía. Agregó «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí». Un año más celebramos a la Virgen María en el misterio de su asunción en cuerpo y alma a los cielos. Es la fiesta de la Mama Asunta, tan venerada en nuestro pueblo. Celebramos el triunfo de la mujer humilde, la esclava del Señor, elevada a los cielos y coronada como reina y señora de toda la creación. Prosiguió, la celebración de este año tiene lugar dentro del año de la fe, con la Iglesia creemos que la Virgen María, completado el curso de su vida mortal, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, así lo proclamó el papa Pío XII en 1950 y así lo creemos junto con toda la Iglesia. Lo que era fe del pueblo sencillo, iluminado por el Espíritu Santo, lo reconoció oficialmente como fe de la Iglesia el citado pontífice. Nuestro pueblo recibió con alegría esa proclamación dogmática y fruto de ella fue la coronación canónica de la sagrada imagen de nuestra patrona que realizó el siervo de Dios monseñor Octavio Ortiz Arrieta. En este año de la fe quisiera detenerme en algunos aspectos de la fe de la Virgen María que pueden ser ilustrativos para enriquecer nuestra experiencia de fe. ¿Dónde comienza la fe de María? En la familia. ¿Dónde la vive? En la vida de cada día. ¿Dónde termina o a dónde le lleva? A la plena glorificación en la patria celestial. La fe de la Virgen comienza en la familia, creyentes en el Dios verdadero son sus padres Joaquín y Ana; la Iglesia los venera como santos, ejemplo de padres cristianos. De ellos y con ellos aprendió la Virgen María a conocer a Dios, a tratarlo en la oración, a honrarlo en la sinagoga, lugar del culto entre los judíos, a guardar sus mandamientos. La fe de María aparece con toda nitidez en el diálogo con el ángel en la Anunciación. Lo que dice María expresa lo que lleva viviendo en lo más íntimo de su corazón: su entrega total al Señor su Dios. También vive en la fe y de la fe todos los días de su vida. La que se confiesa como esclava del Señor vive permanentemente orientada hacia su Señor. Su fe es apertura y orientación a Dios, obediencia a sus mandamientos, disponibilidad para hacer su voluntad. En resumen, María ama a Dios con todo el corazón. Y así vive desde niña, en su juventud, como esposa de José, como Madre del Salvador, como mujer viuda; en la vida oculta de su hijo, en su vida pública y al pie de la cruz. Su vida es una ofrenda enteramente agradable a los ojos del Señor. Y porque vive de esta manera alcanzó esa plena glorificación que el Señor tiene reservada para todos sus fieles servidores. Ella posee ya, como por adelantado, la gloria de Cristo resucitado, la misma que Dios tiene reservada para todos sus fieles servidores Este triunfo de la Virgen María es lo que hoy celebramos, en unión de toda la Iglesia, con especial solemnidad. Pero todo lo dicho tiene una segunda parte. La fe de la Virgen María Asunta al cielo nos habla, dice Monseñor Emiliano, de la importancia de la fe vivida y transmitida en la familia. De nuestros padres se ha servido Dios para que nosotros llegáramos a la fe en Dios y en Jesucristo Salvador. A pesar de sus imperfecciones y limitaciones fueron instrumento de Dios para que recibiéramos el don de la fe en el Bautismo. Y ahora ¿vivimos la fe en familia de manera que se transmita de padres a hijos? ¿Qué pensar de quienes ya no llevan a sus hijos al Bautismo, de quienes no les enseñan con su ejemplo el camino del templo, de los que no les acompañan y ayudan para que reciban la primera comunión y la confirmación? Y ¿qué decir del matrimonio? Hermanos, valoremos el gran don de Dios que es la fe recibida en el Bautismo y dejemos a nuestros hijos esta primera y más importante herencia. De la fe vivida en la realidad de cada día. Es frecuente hablar hoy de crisis de fe. Y cuando hablamos de crisis de fe enseguida pensamos en los jóvenes que en número muy alto ya no se acercan a nuestros templos ni hacen cuerpo en la comunidad de la Iglesia. Pero pensemos: ¿Qué ejemplo les damos los adultos? ¿No somos los adultos los que damos malos ejemplos en la casa y en la calle? ¿No son adultos los que no cuidan y destruyen sus propios hogares multiplicando el sufrimiento, sobre todo en los hijos? ¿No son adultos tantos profesionales que no son responsables en el desempeño de su misión al servicio de la sociedad? ¿No son adultos los que se manchan y ensucian a otros con esa corrupción generalizada que contamina a tantísimas personas y corrompe las instituciones? ¿Y qué decir de ese mundo del tráfico y comercialización de drogas, del que cada vez se habla más entre nosotros -señal inequívoca de su presencia- que siembra dolor y muerte, que se extiende como una marea negra, oscura, y que parece contar con la pasividad -vista gorda-, cuando no complicidad, de quienes tienen la misión de combatir la delincuencia? La fe que no acerca a Dios, que no cambia la vida, que no se transforma en obras no es auténtica; como dice el apóstol Santiago, está muerta. La fe vivida es camino hacia el cielo. Hay que hablar del cielo mientras estamos en la tierra. Este día es muy apropiado para ello, mirando el desenlace la vida de María. El final, la meta que nos aguarda, es la que da sentido a toda la existencia. Porque queremos alcanzar la meta, hemos de tomar el camino que a ella conduce. Y no hay otro que el que Dios nos sigue mostrando en Jesucristo nuestro Señor por medio de su Iglesia. Al mirar con ojos de hijos a la Virgen María, la Mama Asunta, en ella encontramos el espejo que nos muestra nuestra realidad y el ejemplo a seguir. Ella es la más perfecta discípula de su Hijo y Señor, que su fe ilumine el camino de la nuestra. Que su ejemplo nos muestre lo que nosotros tenemos que hacer. Que su protección nos libre de los males que nos aquejan. Que acogidos a su protección maternal vivamos con serenidad en el tiempo presente y encaminemos nuestros pasos hacia ese destino eterno que el Señor nos tiene preparado y del que la Virgen María ya goza en compañía de Cristo, nuestro hermano, el Salvador de todos.